Había una vez un rey sabio y bueno que observaba
preocupado la importancia que todos daban al dinero, a pesar de que en aquel
país no había pobres y se vivía bastante bien.
- ¿Por qué tanto empeño en conseguir
dinero?- preguntó a sus consejeros. - ¿Para qué les sirve?
- Parece que lo usan para comprar pequeñas cosas que les dan un poco más de felicidad - contestaron tras muchas averiguaciones.
- ¿Felicidad, es eso lo que persiguen con el dinero? - y tras pensar un momento, añadió sonriente. - Entonces tengo la solución: cambiaremos de moneda.
- Parece que lo usan para comprar pequeñas cosas que les dan un poco más de felicidad - contestaron tras muchas averiguaciones.
- ¿Felicidad, es eso lo que persiguen con el dinero? - y tras pensar un momento, añadió sonriente. - Entonces tengo la solución: cambiaremos de moneda.
Y fue a ver a los magos e inventores del
reino para encargarles la creación de un nuevo aparato: el portasonrisas.
Luego, entregó
un portasonrisas con más de cien sonrisas a cada habitante del reino, e hizo retirar todas las monedas.
- ¿Para qué utilizar monedas, si lo que
queremos es felicidad? - dijo solemnemente el día del cambio.- ¡A partir de ahora, llevaremos la felicidad en el
bolsillo, gracias al portasonrisas!
Fue una decisión revolucionaria. Cualquiera podía sacar una sonrisa de su
portasonrisas, ponérsela en la cara y alegrarse durante
un buen rato.
Pero algunos días después, los menos
ahorradores ya habían gastado todas sus sonrisas. Y no sabían cómo conseguir
más. El
problema se extendió tanto que empezaron a surgir quejas y protestas contra la
decisión del rey, reclamando la vuelta del dinero. Pero el
rey aseguró que no volvería a haber monedas, y que deberían aprender a
conseguir sonrisas igual que antes conseguían dinero.
Así empezó la búsqueda
de la economía de la sonrisa.
Primero probaron a vender cosas a cambio de sonrisas, sólo para descubrir que
las sonrisas de otras personas no les servían a ellos mismos. Luego pensaron
que intercambiando portasonrisas podrían arreglarlo, pero tampoco funcionó. Muchos dejaron de trabajar y otros
intentaron auténticas locuras.
Finalmente, después de muchos intentos en vano, y casi por casualidad, un viejo labrador descubrió cómo
funcionaba la economía de la sonrisa.
Aquel labrador había tenido una estupenda
cosecha con la que pensó que se haría rico, pero justo entonces el rey había
eliminado el dinero y no pudo hacer gran cosa con tantos y tan exquisitos
alimentos. Él también trató de utilizarlos para conseguir sonrisas, pero
finalmente, viendo
que se echarían a perder, decidió ir por las
calles y repartirlos entre sus vecinos.
Aunque le costó regalar toda su cosecha,
el labrador se sintió muy bien después de haberlo hecho. Pero nunca imaginó lo
que le esperaba al regresar a casa, con las manos completamente vacías. Tirado en el suelo, junto a la puerta, encontró su
olvidado portasonrisas ¡completamente lleno de nuevas y frescas sonrisas!
De esta forma descubrieron en aquel país
la verdadera economía de la felicidad,comprendiendo que no puede comprarse con dinero, sino con las buenas obras de cada uno, las únicas
capaces de llenar un portasonrisas. Y tanto y tan bien lo pusieron en práctica, que aún hoy siguen sin querer saber nada
del dinero, al que sólo ven como un obstáculo para
ser verdaderamente felices.
Pedro Pablo Sacristán
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